«Hacia Rutas Salvajes», de Jon Krakauer.

“Into the Wild”. Hacia rutas salvajes. No se puede negar que este autor americano sabe cómo poner títulos. Hacia rutas salvajes. Casi, casi puedes sentirlo. Si dices la frase en voz alta varias veces, dejas que resuene dentro de ti y cierras los ojos, no es difícil que algún tipo de paisaje agreste se aparezca en tu mente. Que un olor penetrante a pino, tierra mojada y materia en descomposición acampe en tus fosas nasales, y un estremecimiento de emoción anticipada recorra tu espina dorsal. Se huele la aventura, la atracción de lo desconocido, la llamada de la Naturaleza. La llamada de lo salvaje.

           

Yo topé con este libro por pura casualidad, como muchas veces me pasa. Llegué a él a través de la banda sonora de su película, y al enterarme de que ésta última estaba basada en un libro, que a su vez estaba tomado de una historia real (os puedo hacer un croquis), no tuve más remedio que ir directa a la librería para hacerme con un ejemplar. Lo curioso, o tal vez no tanto, de todo esto, es que toda esta serie de pesquisas y averiguaciones tuvieron lugar hace más de medio año.

Hace tiempo que me diagnostiqué un síndrome que nos aqueja a muchos de nosotros, lectores compulsivos y voraces, que he acabado por llamar “el síndrome de la ardilla”. ¿Y por qué este nombre? Algún listillo ya lo habrá averiguado. Sí. Yo compro y acumulo libros, pero luego o tardo décadas en leerlos y dejo que acumulen polvo, o me olvido de que los tengo siquiera. En este caso sabía que lo tenía, pero digamos que tenía esa extraña sensación de que no era el momento adecuado para leerlo.


En abril de 1992, Chris McCandless, de 24 años, se internó solo y apenas equipado por tierras de Alaska. Había regalado todo su dinero y abandonado su coche, y soñaba con una vida en estado salvaje. Cuatro meses más tarde, unos cazadores encontraron su cuerpo sin vida. Su historia, difundida por un reportaje de Jon Krakauer, suscitó una agitada polémica: para unos, era un intrépido idealista; para otros, un loco e ingenuo sin el menor conocimiento de la naturaleza. Pero ¿por qué un joven recién graduado decidió cortar todos los lazos con su familia y perderse en una región inhóspita? Antes de desaparecer, Chris McCandless (aka Alexander Supertramp) escribió a un amigo: “No eches raíces, no te establezcas. Cambia a menudo de lugar, lleva una vida nómada… No necesitas tener a alguien contigo para traer una nueva luz a tu vida. Está ahí fuera, sencillamente”.


Chris McCandless en Alaska (selfie, je)

Por una vez, una sinopsis hace justicia a la historia. Lo curioso de esta biografía, es que realmente no lo es. No puede serlo. No contamos con el principal protagonista de la historia para que nos cuente por qué hizo lo que hizo, cómo lo hizo, cuáles eran sus motivaciones, qué le pasaba por la cabeza en tal o cual momento. Pero, a pesar de este ligerísimo detalle, Krakauer se las arregla bastante bien a la hora de sacar adelante la historia de este chico incógnita, que tal vez no lo sea tanto.

Recrea su viaje, pisa donde él pisó, habla con las muchas personas y amigos que hizo durante sus viajes, lee su diario, sus libros, bucea dentro de sus ideales y busca paralelismos no sólo consigo mismo, sino con otros jóvenes supuestamente aventureros que encontraron su final mientras buscaban algo. Y es ese algo lo que mueve los hilos, o mejor dicho, es ese algo la cuerda que Krakauer quiere buscar y pulsar dentro de nosotros, lectores. Y no todos la tienen.

Desde el primer momento, se nos pide que, una vez conozcamos todos los pormenores de la historia, nos formemos una opinión de Chris. Se nos pide que tomemos partido a la hora de juzgar lo que hizo. Y es eso lo que yo he hecho.

Lo que ocurre es que no esperaba encontrarme lo que me he encontrado. He acabado por tener una opinión clara, pero he tenido que pagar un precio. Las razones por las cuales Chris abandona a su familia, su coche, quema parte del dinero que lleva encima, recorre en canoa el sur de Norteamérica y, finalmente, se dirige al norte, a la fría Alaska haciendo autoestop y se asienta en un autobús abandonado, apenas sobreviviendo; pueden ser inalcanzables para algunos. Adultos, especialmente. Pero yo, joven, con unos ideales con los que intento vivir y que aún estoy descubriendo, que ama la naturaleza, la montaña, los grandes bosques. Que a veces, muchas veces, le gustaría dejarlo todo y seguir ese instinto, ese deseo, anhelo, necesidad que habita en lo más profundo de mi consciencia. Dejar a un lado las convenciones sociales, los status quo, las normas, las expectativas y los caminos preestablecidos, y simplemente desaparecer.

Perderme en algún lugar dejado de la mano de Dios, ser consciente de esa belleza sin pulir, preocupada por sobrevivir con apenas un saco de arroz y un rifle para cazar. Volviendo a unos orígenes que no puedo recordar pero que habitan en mis genes, en mi instinto primitivo. Buscando algo que no puedo definir, que no sé exactamente lo que es, pero que mantiene viva es ambición de seguir adelante.

Chris hizo todo esto. Tuvo el valor, o la locura, de hacerlo. Era inteligente, con recursos, y sabía dónde se metía. Pero no podemos controlarlo todo y, al final, fue una serie de pequeños fallos encadenados los que acabaron matándolo. Chris desapareció y tal vez sea eso lo que envidio de su historia. No su amargo final, obviamente, sino que nadie fue capaz de localizarlo mientras vivía. Hoy día, veintidós años después, es casi imposible desaparecer.

Placa en el autobús (que existe, y aún se usa como refugio)

Esta es una de las reseñas más largas que he escrito nunca, pero cuando el tema pilla cerca, no queda más remedio. Mucha gente criticó a Chris McCandless, acusándolo de loco, inconsciente. Diciendo que subestimó a la naturaleza y sobreestimó sus propias capacidades. Todas estas personas, tenían de treinta y muchos años en adelante. No eran capaces de comprender lo que yo he comprendido de su historia y motivos, esa llama hace tiempo que se extinguió en ellos.

Ellos ya no son capaces de sentir en sus huesos la llamada de lo salvaje.

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7 respuestas a «Hacia Rutas Salvajes», de Jon Krakauer.

  1. Bu Device dijo:

    Conocí esta historia gracias a la película hace unos años ya y desde aquellas tengo pendiente el libro.

    Querer desaparecer, no formar parte del sistema no creo que sea tanto la edad como la manera de ver el mundo, aunque a veces ambas cosas van ligadas y lo primero cambie a medida que vas cumpliendo años. Yo he visto la película con 20 y tantos (no recuerdo exactamente) y ahora con 31 sigo opinando lo mismo que tú respecto a Chris, incluso con más fuerza si cabe. Quizá algunos lo llamen inmadurez o vivir en fantasilandia pero yo creo que quienes dicen eso es porque se han acostumbrado a cómo funcionan las cosas, a vivir en modo automático.

    Cuando una historia te toca de alguna manera, es «normal» explayarse 😀

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  5. Francisco Botía dijo:

    «Todas estas personas, tenían de treinta y muchos años en adelante. No eran capaces de comprender lo que yo he comprendido de su historia y motivos, esa llama hace tiempo que se extinguió en ellos.»
    No estoy completamente seguro de que la edad sea un concepto asociado a la pérdida de la llama en todas o según qué cosas. Digamos que algunas personas lo criticaron porque no tenían esa llama ya, o quizá nunca la tuvieron. El libro, la película y la banda sonora son magníficos. Al menos para mí. Y con más de cuarenta años aún me entran ganas de encontrar no tanto ya un autobús mágico, sino una experiencia alejada de la sociedad.

    • Pat dijo:

      Si te soy franca, a día de hoy, ni siquiera yo estoy de acuerdo con eso que escribí en su momento (pero siempre tengo el eterno dilema de ¿debería reescribir la reseña ahora que no pienso igual, o debería dejarla, como testimonio de cómo cambio?). Es cierto, tomé como patrón o generalización el hecho de que las personas que lo criticaron eran de mediana edad en adelante y, francamente, me tendría que haber bajado de la parra. No es cuestión de edad, es cuestión de personalidad y de las circunstancias vitales que te hayan tocado o elegido (si tienes un trabajo, familia, cosas que te aten, en definitiva). No siempre depende de ti. Y sí, cada vez más, dan ganas de irse a vivir al monte con las cabras.

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